03 marzo, 2016

En Literofilia: Cómo sobrevivimos a nuestros venenos internos

Convivimos con las sobras. Los otros días, releyendo los microrrelatos de “La máquina de languidecer” de Ángel Olgoso (Páginas de Espuma, 2009), encontré una chispa en la oscuridad circundante: “La herida ofendía a la vista y me asombraba pensar cómo sobrevivimos a nuestros venenos internos”. La cita me abofeteó el ánimo. La firma un tal William Kennedy, premio Pulitzer en 1984. ¿Cómo sobrevivimos? Me interrogué en el transcurso de mi relectura, de mi búsqueda. Seguir leyendo aquí.

02 marzo, 2016

El piso de mi escuela es particular…

Arrancan las clases en Panamá. Recuerdo la emoción de la primera mañana, el uniforme, los zapatos nuevos, las ganas de aprender y sobre todo, las ganas de amistad y de juego. De todos mis amigos, el libro no era el mejor, no exactamente, pero lo apreciábamos, y las maestras que tuve intentaron enseñarme el amor al conocimiento lo mejor que sabían.

Veo las fotos de mis sobrinos en su primer día de clases y les envidio. Mis hijas salen corriendo con sus amigos a formar su fila para esperar el timbre y empezar a soñar aprendiendo. ¡Quién pudiera volver a sentarse a escuchar a la maestra y sentir el cobijo de una segunda madre que cuida que sepas leer y escribir!

Arrancan las clases en Panamá, en la escuela República de Costa Rica de La Chorrera. Un edificio provisional acoge a los estudiantes. Ciertamente el inicio de clases no es igual para todos y fíjense ¡el presidente de la República estuvo allí! ¡Qué manera tan importante de empezar el año escolar! El acceso a las instalaciones provisionales es un caos, pero los padres, garantes de la educación de sus hijos, no ceden a las adversidades.

En esa visita, el presidente con minúscula, vuelve a sorprenderme con una actitud de esas que hacen historia. ¿Cómo se comprueba que un piso de escuela (provisional) es seguro? La escena que veo en un video es ésta: un grupo nutrido de personas accede al recinto. Una madre le muestra al ciudadano elegido por la mayoría para gobernar el país (no es suyo, ni es el jefe de nadie), cómo el suelo cede bajo sus pies. Una madera combada con el peso de la señora hace saltar las alarmas. El presidente observa. Entonces va a una clase, los niños son puestos en pie y Juan Carlos Varela, cruzado de brazos, pide a los niños que brinquen en su puesto. El suelo no cede, menos mal. Entonces se vuelve a la madre y le pregunta "¿está tranquila señora?"

Seguro que el señor Varela no dejaría a sus hijos asistir a clase en esas condiciones. Es tan esperpéntica su intervención que, después del estupor del primer visionado, uno cae de la tristeza a la rabia contenida al ver que la persona que debe encarnar el buen gobierno, la escucha atenta y resolutiva de las situaciones adversas del país, tenga tan poca sensibilidad y exhiba tanta torpeza en su trato. Enfurruñado como un niño chico acostumbrado a tener siempre la razón va y hace que los alumnos “brinquen” a ver si es verdad que el piso cede.


Esta actitud lo único que hace es destruir la imagen de nuestro país. Queremos engañar a turistas e inversores para que visiten un "país moderno" que esconde vergüenzas como éstas que son muy graves. Si lo que quieren es moldear una sociedad de serviles y olvidadizos de su identidad y deber, van por muy buen camino. Brinquen en su puesto, a ver si el suelo cede, a ver si se hunde todo de una vez por todas.