26 junio, 2015

La Feria que viene

Se ha presentado la XI Feria Internacional del Libro de Panamá que tendrá  como país invitado a Guatemala, tierra de Miguel Ángel Asturias y el pequeño gigante de la ficción, Augusto Monterroso, al que le descubrí el otro día hasta una cuenta de Facebook. El dinosaurio despertó para apoderarse desde el más allá de las redes sociales y de más lectores.

Un gran país literario que se merece toda nuestra atención y nosotros haremos bien en reclamar la suya. Una búsqueda mutua, un reconocernos, un volver a tomar contacto en un marco de fiesta literaria y con buenos amigos de otras letras que terminan por converger en una palabra: libro.

Un acierto la elección del país y más aún en un momento en el que creo fundamental que comencemos a mirar al vecino cerca. Potenciar la difusión de los escritores a nivel regional es un reto a considerar si perder de vista una difusión global. Comencemos cerca y de modo sostenido. Juntos podemos resolver un problema que por obvio no deja de ser un déficit cultural: necesitamos leer a nuestros vecinos.

Insisto, al hilo de la Feria que vine, que las Embajadas y sus Agregados Culturales tienen que jugar un papel determinante en este flujo de autores. Son ellos y nuestros recursos allí donde estén destinados los que pueden propiciar los encuentros, los viajes, las presentaciones de libros, la participación constante.

No olvidemos que se tiene en cuenta lo que se mueve, lo que se luce. Tenemos que estar presentes en las mesas culturales, en los encuentros intelectuales, hemos de dejarnos ver de verdad en las principales Ferias del libro del mundo. Fíjense como los países bien organizados culturalmente no dejan de venir a Panamá, hasta aquí se vienen para dejarse ver. Hemos de sumar a la “política del escaparate”, una política de "objeto cultural” a nivel exterior y en clave interior, hemos de sumar a estas dos políticas, la de "visibilización cultural".

¿Dónde están los recursos para una buena e independiente revista cultural? ¿Dónde el espacio público y privado de contenidos culturales atractivos, bien difundidos y bien pagados a sus creadores? Cuando las instituciones culpan a los escritores, en nuestro caso (lo mismo que llevo dicho se aplica al resto de las artes), y nosotros a las instituciones y juntos a la empresa privada (que hace su parte), me pregunto si todos juntos no estamos siendo colaboradores necesarios en esta “farsa” que es tantas veces la “cultura panameña”. Los entusiastas de la ignorancia se frotan las manos, ya están otra vez todos contra todos, se dicen, y mientras, la mediocridad se afianza en los lectores y futuros consumidores culturales.

La Feria que viene volverá a dejar clara una realidad: cuando hay voluntad y se apartan egos, la unidad funciona, la misión se cumple. Necesitamos agentes vinculantes, que se dejen asesorar, que escuchen. Vengo observando mucha soberbia y majadería en los funcionarios culturales y pocas ganas de sumar. Tienen los recursos, pero les falta la actitud y la capacidad para resolver un rompecabezas de muy pocas piezas, sobre todo porque una de ellas tiene la forma de la humildad.


La Feria que viene se llenará de grandes escritores, de medianos y de muchos prescindibles, pero hay que leerlos para criticarlos y descubrir el fondo del asunto. Debates habrá, qué bueno. Otra oportunidad para conocernos y acercarnos y tomar, ya no medidas, porque el asunto cultural ya está medido y diagnosticado, las herramientas y ponerse manos a la obra.

Artículo aparecido en el suplemento Día D del Panamá América.
Domingo 21 de junio de 2015.

16 junio, 2015

Las fotos y las vocales

Para Aitana, que se graduó de kínder como su papá.

“El niño salta, va, viene, se equivoca de rama, vuelve a saltar,
dice la a, la e, ríe con la i, se asusta con la u, vive”.
Francisco Umbral, Mortal y rosa.

Como siempre, mi mamá rescató de sus recuerdos guardados en cajas, una foto de la maestra Carmen, una mujer de cabello corto, piel canela y ojos brillantes. Junto esa mujer hermosa, un niño flaco sostiene un diploma y viste capa y birrete celeste, con cara de timidez. El niño, a su pesar, se ha convertido en el adulto que soy.
Miro agradecido a diario en mi mesa de escritor esa foto que no presagia el presente que ahora es. Me pasa como a Daniel Pennac, solo que con menos glamour literario. Y los recuerdos vienen, y las letras y los cuentos, y la maestra Carmen pide silencio y atención: la letra “U”, explica, es la cuerda con la que salta una niña, y yo la miro fascinado. Habla con voz melodiosa, entonando con dulzura cada palabra, buscando en su imaginación el ejemplo preciso para enseñarnos las vocales y la “E” tiene el palito del centro más cortito, y yo maravillado. Carmen fue mi maestra de kínder en la Escuela Primaria Don Bosco y me gustaría verla para darle las gracias y preste atención, me dice con firmeza cariñosa: la “A” tiene las patitas abiertas. Dígame una palabra con “A”, me pide: Aitana, le contesto.
La última vez que vi sus brillantes ojos negros fue durante las Fiestas Patrias de 1984. Desfilaba yo con una banda tricolor que me cruzaba el pecho, era Cuadro de Honor del Técnico Don Bosco. Con mirada marcial hacia el frente y fustigando con cada paso el adoquinado, marchaba por el Casco Viejo. Pasada la Presidencia, y de entre el gentío, una mano me saludaba con urgencia temiendo que no la viera. Era ella sin duda, la maestra Carmen, pero no ve que le estoy haciendo señas, me dice preocupada: está usted muy distraído esta mañana, ¿qué dije de la “I”?, pregunta para saber si estoy atento. “Que es como un soldadito maestra: derechita y con un puntito arriba”. A ver, ¿quién me dice, —pregunta a todos en el salón de clase—, qué letra falta? La “O”, contestamos con voces ruidosas.
Oscuridad sin esas cinco letras es lo que pienso ahora que soy escritor, en estas fechas en las que ando colgado de un sueño tejido de palabras y obsesionado con personajes muertos y en blanco y negro, dormido sobre libros en largas noches de insomnio y lecturas: oscuridad sin esas pocas letras me digo ahora, ahora dibuje en el tablero un oso con la “O”, me pide la maestra a ver si me la sé. Uso muchas para dibujar cara, orejas, ojos, boca: todo en un oso se dibuja con la “O”, decía. Vamos a decir las cinco vocales todos juntos. El coro de chiquillos entona como una letanía las vocales: A, E, I, O, U, ¡el burro sabe más que tú!
El día de la graduación nos hicieron una foto a cada uno, una Polaroid instantánea de aquellas tan modernas. Aitana se hizo una con Luis, su maestro, que le enseñó las vocales y a leer. Sonríe con timidez como su papá, pero sin capa ni birrete, su maestro sonríe también, son cómplices de letras. Se echarán de menos.
Mi foto de graduación preside mi mesa de trabajo, un niño flaquito portando un diploma junto a una mujer hermosa, piel canela, sonrisa tierna y ojos brillantes. Carmen no sé qué se llama la maestra que me enseñó las vocales. No sé dónde andará para darle las gracias, pero sin esas primeras letras aprendidas, oscuridad, seguro que oscuridad.

Por distraído, ahora se queda sin recreo, me dice la maestra.