22 julio, 2013

Mi primera vez con Juancho Armas Marcelo

Escribí hace años un texto (que titulé igual que esta entrada) en el que contaba como fue la primera vez que me encontré con Juancho Armas Marcelo pero, aquel escrito, como tantos otros y tantos libros, lo perdí cuando la vida me cambió para bien. Los que me conocen ya saben a qué me refiero.
Resulta que para el año 2001 se iba a llevar a cabo la Feria Internacional del Libro de Panamá, un evento que amenazaba con convertirse en uno del los que cambiarían la vida del libro en mi tierra y así fue. Conocí a Priscila Delgado, por esas fechas presidenta de la Cámara Panameña del Libro, y quise echar una mano desde Madrid intentando buscar a algún escritor que acepta una invitación para viajar a Panamá y asistir a la Feria. Pensé entonces en el escritor más latinoamericano de los españoles que pudiera echarme a la cara y a la cara me lo echaba todas las semanas en el programa de "Los libros" en Televisión Española. La vaina, como decimos allá, era contactar al tipo y el tipo no era otro que Juancho Armas Marcelo, canario, amante del lado de allá y gran escritor. Me había leído "Los dioses de sí mismos" y comencé a buscar toda su obra. Incluso encontré una biografía de Mario Vargas Llosa, mi escritor favorito, que el firmaba. El candidato perfecto para la Feria y cumplir con la ayuda que quería prestar. Pero ¿dónde localizarlo?
El tiempo comenzaba a jugar en mi contra ¿dónde contactar al canario? y cada semana la imagen de Juancho y Eduardo Sotillos presentando “Los libros” se colaba en mi piso para meterme prisa.  Hablaba con Panamá para decir que andaba sobre la pista pero nada de nada. Lo que no sospechaba yo era que la pista estaba a la vuelta de una hoja de periódico.
Estudiaba y trabajaba, escribía y leía. Una tarde volví a mi piso con pocas ganas de Psicología. Así que me senté junto con unas sardinas y el periódico, Diario 16, para buscar una buena razón para no ir a la Facultad. La razón, a vuelta de una página, en una convocatoria: la editorial Casiopea invitaba a la presentación de un libro del colombiano Condado Zuloaga Osorio, en la librería Crisol. Acompañaría al autor J.J. Armas Marcelo, mi objetivo, esa misma tarde.
Dejé las sardinas, me vestí y me fui corriendo, en bus, a ver a Juancho. El problema era, una vez localizado como abordarle. Eso de ponerte delante de alguien y decirle cosas que no se espera me resulta difícil. Me falta morro. Así me va. En el autobús daba vueltas a la cabeza para ver cómo hacerlo.
La desaparecida Crisol quedaba cerca de la calle Maldonado en Madrid o alrededores. Llegué, había sillas arriba y me senté delante, para verle de cerca y atacar cuando se bajara de la tribuna. Me senté al lado de una mujer elegante y esperé pensando que decirle. La intervención fue sabrosa, marca de la casa, y en un momento de su intervención Juancho hizo alusión a la mujer sentada a mi lado que resultó ser su esposa, bien, pensé, seguro que no se me escapa.
Fin de la presentación, bajó Juancho, se fue Juancho y no le dije nada. ¡La mujer de al lado!, pensé, me atreví, y entonces supe que su nombre era Saso y le hablé rapidito, como decimos allá, del asunto. Me llamó a Juancho, me lo presentó y le comenté el asunto por encima. Objetivo cumplido. Nos despedimos pero ¿cómo llamarlo o lo que fuera?  Ya casi se iba cuando me atreví, raro en mí, a buscarle de nuevo: ¿cómo te localizo? De su puño y letra me escribió sus datos en una hoja de mi agenda y me dijo que lo llamara. ¿Te acordarás de mí? “Conozco muy pocos panameños y que encima quieran invitarme a Panamá” me dijo y ahora sí, buenas noticias para la Feria. Le llamé, contestó él y sí que se acordaba.
Quedamos a comer era cerca de su barrio, en un buen restaurante, del que recuerdo que pedimos lo mismo, me dejé llevar, y un sorbete de mandarina si la memoria no me traiciona. Vino para regar  la sobremesa. Le conté de mis proyectos literarios y tratamos el tema Feria. Me preguntó a bocajarro: ¿tú que ganas con todo esto? La amistad le dije, una buena comida hablando de libros, nada más. Ya he confesado que una de las mejores cosas que me ha dado la literatura es la amistad, los amigos y hasta algún amago de enemigo.
Así terminó aquella primera comida a la que sucedieron llamadas y conversaciones sobre la posibilidad de ir a la Feria. La cosa no salió esa primera vez, pero se resolvió para la siguiente, aunque  esa es otra parte  de la historia que ya les contaré más adelante cerca del décimo aniversario del desembarco de Juancho en la FIL de Panamá. “Otros quinientos pesos” como decimos los istmeños. Por cierto, felicidades Juancho.
 

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