12 febrero, 2011

Por los Senderos con... Eduardo Berti


La habitación donde conversamos con Eduardo Berti está llena de libros y la decoración te transporta a un pasado en sepia. La Editorial Páginas de Espuma tiene ese prodigio instalado en su atmósfera. Berti es un gran conversador aunque esa tarde tenía la voz tocada de tanto hablar. Llegó el té, ofrecido por un anfitrión de lujo, y la conversación comenzó por la música, los hijos y la cultura popular para terminar hablando de Rubén Blades y José Luis Perales. Joaquín Sabina también fue mencionando. Pero entramos en materia, en la materia de “Lo inolvidable”.

1. Dicen los expertos en materia de memoria que en realidad el olvido como tal no existe, lo que ocurre es que guardamos mal la información. ¿Qué piensa el autor de “Lo inolvidable” sobre esto?

Hay una cita que repetía muchas veces Borges, que ya metaforizó mucho lo del tema del olvido y de la memoria con Funes, y que se la atribuía a Swedenborg que decía que Dios nos dio un cerebro para olvidar. Están tan íntimamente ligados y cuantas veces creemos que hemos olvidado algo y como dice, como no, el señor Proust, aparece en el momento menos pensado eso que creíamos olvidado. Está todo en el cerebro, lo que pasa es que el cerebro es un gran misterio. Este último tiempo estuve leyendo con enorme interés los libros de Oliver Sacks y pensaba que hoy no hay mayor “terra incognita” que nuestro cerebro. Si hoy día tuviéramos que escribir libros sobre las maravillas del mundo como hace miles de años uno de los prodigios que tendríamos que mencionar es nuestro cerebro. Conocemos el mundo, hemos pisado la luna pero nuestro cerebro sigue siendo un gran misterio. Cuando lees a alguien como Sacks te das cuenta que es literatura fantástica, es asombroso. La memoria y el olvido están allí.

2. Dieciséis años después publicas un libro de cuentos. ¿Hay presión, miedo escénico?

A la mayoría de los que escribimos nos pasa. El día antes de la publicación del libro tengo ganas de ir y confiscarlos todos. La seguridad absoluta es peligrosa. Ha pasado mucho tiempo sin darme cuenta. Escribí novelas, haciendo las antologías, me mudé de país. Me pasó como con “La vida imposible” que en un momento dado tuve cinco o seis cuentos que conformaban algo. Que serían todavía dos o tres más y que los otros quince o diez que tenía esos no iban bien. Entonces dije, ¿quién me apura? nadie y lo hice con calma, con ansiedad, claro, con ganas, con entusiasmo. Y cuando sentí que los cuentos que se iban sumando congeniaban… es un proceso difícil de explicar es como cuando ves que dos persona pueden ser amigos entre ellos, son afinidades difíciles de explicar. Los cuentos son distintos, los personajes, los ámbitos pero hay cosas allí afines, la memoria, cómo funciona…


3. El libro arranca con un cuento conmovedor “El inicio”, un cuento en el que un padre y un hijo van de la mano a la escuela…

Me parece que es un cuento que me confirma a mí, yo no escribo cuentos para probar ideas teóricas ni nada por el estilo pero finalmente uno tiene sus ideas sobre la literatura y escribe con su gusto, que entre lo trillado y lo singular a veces hay un paso muy pequeño, que no necesariamente hace falta bajar un elemento divino, que a veces puede ser un pequeño detalle, una pequeña epifanía, un cambio de punto de vista…

4. ¿Es escribir una manera de olvidar o de recordar?

Es todo. Escribir tiene que ver con la idea de lo memorable, lo que uno quiere dejar y salvar del olvido. Los libros, las bibliotecas son la memoria de la Humanidad pero al mismo tiempo cada novela, cada cuento, todo el tiempo en cada cosa que se narra, se tiene la opción entre lo que se dice y lo que no se dice, no se puede narrar todo sino volveríamos a Funes, o a esa otra cosa que decía Borges que es una variante de Funes que es los cartógrafos del imperio que hacen un mapa que es igual al imperio y la literatura no es eso. Cuando te pasa algo estás olvidando y recordando a la vez, privilegiando cosas, ese es el mecanismo todo el tiempo. También es verdad que las cosas inolvidables, aunque sean difíciles, son las que nos hacen escribir. Y también escribimos con la ilusión de que sea inolvidable, es como una ida y vuelta.

5. En “Diario de una lectora de diarios” una mujer, por la muerte del marido se encierra en el ambiguo mundo de la lectura de todos los periódicos elige lo que yo quiero llamar “la ficción” de las noticias y pasa de su hija…

Es raro. Yo en mi vida he visto gente que en su viudez se aferra a los hijos y también lo opuesto. Tiene que ver con el vínculo que tuvieron antes. En el cuento tiene un vínculo extraño, la hija tiene una relación rara con un tipo. Hay algo que en esas familias no está muy bien antes de la muerte del ser querido. Es un ambiente raro. Luego está mi experiencia como periodista y mi vínculo con las redacciones y haber estado un poquito de ese lado. Hay como un guiño y pequeños ajustes de cuentas y homenajes a esa etapa como periodista.

6. ¿Qué le debe tu literatura al cine?

Hay elementos de la cultura popular de las cuales podemos aprender muchísimo. Pero es muy raro porque a la vez uno lee a escritores del siglo XIX y hay técnicas del cine que ya están allí. Las descripciones, con todo lo moroso que es Balzac, en Papá Goriot, cuando describe la pensión, primero hace un travelling de izquierda a derecha, luego entra, sube la cámara, muestra el cartel, baja, entra, recorre todo el edificio, lo muestra adelante y atrás, es cine, está con el carrito, no sabía, no era Julio Verne. Hay cosas que el cine ha puesto en práctica, que ya existían registradas en las novelas y que hoy las vemos como cine. El cine enseña mucho.
Yo trabajé un tiempo haciendo documentales y durante cuatro años pasaba el día delante de un ordenador compaginando. Para mí lo más parecido a escribir es compaginar. Yo he escrito guiones pero lo más parecido a escribir novelas no es hacer guiones, es compaginar, es armar el relato, las secuencias y es tan gráfico, lo ves en los programas informáticos, es estructura pura y yo aprendí muchísimo: aprendí a ver cine, a leer de otro modo. Es una ida y vuelta entre el cine y la literatura.

7. En “La mentira o la verdad” se sostiene una mentira durante muchos años. ¿Se puede hacer algo así?

Yo creo que el protagonista tiene un miedo insensato, es como una bola de nieve que mezcla la culpabilidad llegando al absurdo, es una espiral, un crescendo, casi absurdo pero que en su miedo es lógico y coherente. Es el típico caso que visto desde fuera uno dice “por qué no reacciona” pero el que está dentro no tiene esa distancia. Después está el tema de la hija. De la mujer podríamos decir hasta que en un momento se da cuenta, no le importaría el hecho pero creo que a él le preocupa mucho la mirada de la hija porque parece que relanza la situación y sobre todo en esas fechas mágicas como un veinte aniversario de matrimonio. Él está atrapado en esta espiral absurda y, aunque es una tontería, ya es tarde.
Es un cuento difícil. Yo me pregunté qué efecto podría tener en el lector porque el riesgo podría ser que el lector dijera bueno no es tan difícil y tal vez sea su punto débil. Yo traté por todos los medios estar muy focalizado desde el narrador para tratar de lograr al máximo posible esa identificación aunque sea con una distancia crítica. Fue uno de los cuentos que más me costó desde el punto de vista de escritura, de concisión, y que en esa espiral se volviera reiterativo. Es el cuento que más me costó y el que más dudas me deja, pero valía la pena el riesgo.

8. De “Retrospectiva de Bernabé Lofeudo”, hay un personaje que creo que debes rescatar en otra parte y que a mí me fascina. Se trata de Pascual Guidi, que cada vez que va a entrar en una de las películas le pasa algo, el típico perdedor…

Hubo un actor muy famoso del cine argentino, pero muy famoso, Pedro, Pedrito Quartucci. El llego a ser boxeador olímpico y claro, es raro que los boxeadores lleguen a ser galanes de cine. Ya sabemos que Benvenutti, Monzón fueron actores, pero es raro, en general era el nadador, Weissmüller, pero no el boxeador. Este Pedrito Quartucci, fue peso mosca, era flaquito, de voz finita, elegante… Siempre me fascinó, era actor de cine en blanco y negro en los años cuarenta y cincuenta. Y allí está el homenaje.
Ocurre mucho que los personajes que nos hacen reír son los que se les suele llamar de efecto fijo, los que no son perdedores van cambiando mientras que estos insisten en perder.

9. En el cuento “Fantasmas”, que cierra tu libro, el protagonista tiene que encender la luz para darse cuenta si se ha quedado o elegir la oscuridad sin saber que ha pasado con los que le acompañan ¿Qué haría Eduardo Berti?

Creo que tarde o temprano la va a prender. Con esa pausa en el cuento le digo al lector, prenderla vos. Creo que la prendería porque la necesidad de compañía social y la curiosidad es más fuerte que todo. Me gustan estos cuentos que terminan en un gesto interrumpido. Es suspenso.
Yo aprendí lo que era suspenso literalmente en un libro que escribió David Lodge, el novelista inglés que siempre recomiendo. El hizo una serie de artículos para The Independent explicando en nada, en una página y media, conceptos: el narrador, verosimilitud, el suspenso. Y en suspenso el da dos o tres ejemplos donde literalmente un personaje queda suspendido. Viviendo yo en París fui a ver una película de Hitchcock, “Crimen perfecto”, en la versión tal y como la había filmado Hitchcock y en 3D. Hay una escena donde Grace Kelly queda suspendida arriba de todos nosotros, sobre las butacas con una tijera que casi te apunta a la cara y yo dije “esto es suspenso”, quedó suspendida literalmente.

10. ¿Cómo surgen los cuentos, cómo te van llegando?

Es muy inesperado. A veces es un personaje, una situación, a veces un punto de partida, un comienzo, o a veces, una imagen. Otras veces es claramente algo que he leído como en “Carta vendida”, que es un apunte en el libro de notas de Somerset Maugham. Lo leí y quise seguir, se me ocurrió algo y quise seguir. Es un misterio y a veces pasa como con el cuento “El color del ciego” que salió toda la historia y luego vino el trabajo formal de corrección. Con “Formas de olvido”, llegó un punto en el que lo dejé como por dos años y luego lo agarré como quien resuelve un problema de ajedrez y dije ¡ajá!, y quedó resuelto, pero es un misterio.

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