19 marzo, 2009

A vueltas con la Microficción

Decía Poe que toda excitación es efímera, esto teniendo en mente lo que él llamaba unidad de impresión, término asociado al efecto que el cuento debe dejar en el lector como unidad sintética, como un disparo a bocajarro.
Para lograr un efecto duradero, sigue pensando Poe, es necesaria la insistencia en un motivo o efecto. Se necesita según, él, “la gota de agua sobre la roca”. Inmediatamente pensamos en la novela para logra ese efecto. Y nos quedamos tan anchos.
No seré yo quien niegue la mayor (o sí, para eso está), que la novela como género caleidoscópico (me gusta esta palabrota) y lleno de posibilidades ofrece esa “gota sobre la roca” que decía el de Boston, ese desgaste en la mente del lector que le hace quedarse ensimismado al final, recogiendo con la memoria los grandes momentos de la novela para construir su reflexión final.
Pero creo que no es necesario irse hasta la novela como goteo necesario. La Microficción cumple con creces esa necesaria condición de goteo para conseguir ese efecto duradero. La relectura que exige un buen microrelato pone de manifiesto su condición de gota, su calidad de artefacto capaz de sacudir la curiosidad y la reflexión de los lectores.
Fue Hemingway quien dijo que la novela gana al lector por puntos y que el cuento lo gana por K.O. Como la figura boxística se agota diremos aquí, siguiendo la estela de Poe en este año del Cuervo, que el microrelato se gana al lector por espanto, ya que la súbita aparición y desaparición del texto termina produciendo en el lector una tóxica y saludable necesidad de releer y releer los textos, recordarlos con una mueca de susto o de alegría y meditarlos, cosa harto difícil de conseguir entre tanta mala hierba literaria.