15 febrero, 2009

Ser o no ser, dijo Hugo

Hugo Chávez, el populista dictador de moda, convoca elecciones para perpetuarse en el poder. Tira de demagogia, pide que le critiquen pero expulsa a Luis Herrero (una locura lo que hizo) fulminantemente. En fin, que el hombre tiene claro que lo suyo es la brutalidad disuasoria para los que se atrevan a criticar.
Pero no sólo eso, que no es lo de menos pero no es lo único. Con la bajada del petróleo el país se empobrece más. Sus secuaces reclutados por unos pocos bolívares hace años siguen teniendo hambre y ahora más. ¿Seguirán amando a su “hombre fuerte”?
En España los que quieren votar, casi todos por el no, denuncian irregularidades en estas urnas. Las de allí ni que decir: el aparato “democrático” funciona a las mil maravillas para dar el toque preciso a la balanza que sea necesario para que el shakesperiano Chávez pueda convertirse en el candidato perpetuo.
Venezuela vive transida de pobres, sometida a un estado de excepción constante que no permite que los ciudadanos se expresen (cerrando periódicos y televisoras) con libertad. Asistimos pues a la inauguración de una nueva cuba, con un dictador que está dispuesto a hacer pasar hambre a su pueblo, que está dispuesto a no tolerar oposiciones di distorsiones de “su” realidad.
América Latina va a arder otra vez por el fuego de sus propias decisiones. No siempre va a ser la culpa de los “gringos” (que tienen y mucha), no siempre va a ser culpa de los “conquistadores” (que son execrables muchos de ellos): algún día los latinoamericanos tenemos que ser responsables de nuestras decisiones y de nuestros actos. ¿Cuándo se jodió América Latina? y sobre todo: ¿hasta cuándo estará jodida? La respuesta tendremos que darla los propios latinoamericanos
A los sátrapas que gobiernan en nuestras países no les falta de nada, ni comida, ni medicinas, ni viven en lugares suceptibles de ser anegados por huracanes o terremotos: a ellos les va bien, la crisis es sólo un término económico que no les afecta y aun así tienen el descaro de engañar a todos con sus catitas de yo no fui, besando niños en las zonas catastróficas pero ni haciendo nada para que esa gente, su gente, tenga lo necesario para una vida digna.
Esperamos que el pueblo venezolano se quite de encima a este tirano desquiciado que en su delirio se hace oír en televisión hasta el aburrimiento, se hace dibujar en grandes pancartas y se ha dedicado un día por decreto ley para ser homenajeado (el día que él dio un golpe a la democracia que tanto defiende). Estas acciones hablan por sí solas y nos advierten que quien no cree en la alternancia política, quien somete constantemente al electorado con la misma pregunta y amenaza, si no consigue la respuesta que quiere, con someter a todos a su manera distorsionada de ver la realidad. Un tipo que viaja allí donde va con un cuadro de Bolívar como si fuese una “performance” (y lo es en cada programa, en cada rueda de prensa) no es de fiar.
Nadie es imprescindible y esta manía de perpetuidad huele de lejos a dictadura y a imposición. “Ser o no ser” dijo Chávez, hoy es el día, decía en las noticias citando al inglés universal. Que sea que No y si no que Dios nos pille confesados a todos, creamos o no en Dios.

Tres microrelatos

Estos tres microrelatos los publicó Doménico Chiappe en su blog en 2005.
3 breves / Pedro Crenes*
Asesino en serie
A Jorge Luis Borges, que tantos hombres fue.
Yo, que tan solo un hombre he sido, terminé asesinando a todos aquellos que pude ser.
Bromistas
Me dijeron que no fuera tonta, que sería muy divertido y que seguro que Juan se lo tomaría a bien. Lo de mi infidelidad e incluso la foto que me hicieron con el otro era una broma.
Anoche, Juan se ahorcó.
A sueldo
-El primero siempre es el más difícil -le dije
-En mi caso es el último -me contestó llevándose el arma a la sien y apretando el gatillo.

*Finalista del premio de novela Marca, con su obra inédita Los Juegos de la Memoria

14 febrero, 2009

Micropoética de la ficción breve (Decálogo en microrelato)

El escritor resucita

Las circunstancias aplastan a Ignacio Reler, escritor de microficciones. Se retuerce, se duele, se aleja de su mesa, de sus libretas.
Amanece un buen día y una chispa distante, como quien no quiere la cosa, enciende la literatura en el hombre que ayer dejó de escribir, muerto por el peso de lo que le ocurrió. "Le ha vuelto la literatosis", diría Onetti, médico.
Ahora se sienta febril a su mesa de trabajo y convoca las letras para clausurar su silencio.

Primera enseñanza: Escribe. Esa es la medida de tu existencia.


El escritor y su mujer (o viceversa)

Al final, Ignacio Reler termina viviendo lo que escribe y llamando a su mujer por el nombre de pila de la mala de su microrelato recién terminado de escribir. Como dice mi querido Andrés Neuman, "escribir nos merece la alegría", sí, claro, aunque nos pueda meter en un problema con la mujer.

Segunda enseñanza: Escribe, tu mujer lo entenderá (o no, pero escribe).


El tamaño (o la extensión)

Ignacio Reler comenta en un café, delante de la mujer que le interesa, que escribe microficción. Se explica, ella no entiende. Son relatos muy breves, como por ejemplo "El dinosaurio" de Augusto Monterroso. "¿Quién?", tercia otra chica que está fascinada por el escritor. ¡Monterroso! y él pasa a contarles el microrelato: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Silencio. La mujer que le trae de cabeza dice que como sea así de corto todo lo que hace menudo rollo.
Ignacio se queda toda la noche pensativo.

Tercera enseñanza: Escribe microficción pase lo que pase: el tamaño sí importa.


Papel y pluma

Ignacio se dejó su libreta en casa y le ha dado una diarrea creativa. No tiene papel para recogerla. Se apunta las ideas en la mano y va por la calle con cara angustiada buscando una papelería. "Tres euros" le dice el dependiente. Con rabia saca del bolsillo la onerosa cantidad y se mete en un café para escribir. Se queda sin tinta. Decide pedirle al camarero prestado el bolígrafo. No la pluma como en Panamá. Aquí en España eso sería arriesgado.

Cuarta enseñanza: lleva siempre contigo lo necesario para escribir. Nunca se sabe cuando nos viene un apretón.


Las Musas

Ignacio Reler suda en su mesa de trabajo solo. Se pelea con un microrelato de veinte palabras. Incluido el título. Alguien le toca el hombro. Se da la vuelta y resulta ser una mujer.
"¿Tú quién eres?"
"Tu Musa. Me esperabas ¿no?
"Sí pero mientras tanto estaba trabajando. Siéntate, en seguida termino".
La Musa se medio enfadó porque Ignacio decidió comenzar y seguir sin ella. Como es un caballero la dejó intervenir en la decisión de prescindir o no de dos palabras.
Ella se fue contenta. Él se dio una ducha. Con tanta transpiración le convenía.

Quinta enseñanza: No esperes a nadie. Que te encuentren trabajando. Las Musas suelen tardar en venir.


Epifanía

Ignacio lucha, se mueve con nerviosismo ante su texto, tacha, reescribe, busca sinónimos, se detiene. Piensa. Repasa las palabras, ha memorizado el texto, juega con ellas, las mueve de aquí para allá, su cerebro hace clic. Las 46 palabras del microrelato embonan. Se ríe satisfecho.

Sexta enseñanza: Lucha con las palabras. El texto aparecerá tarde o temprano.

Líneas de historia

Una mujer gorda y triste fuma sentada frente a Ignacio en un bar. Le cuenta su vida, su fracaso sentimental, su peregrinaje vital dando tumbos de un amor a otro, rota su felicidad por aquel hombre lejano en el pasado del cual sólo le da al escritor un nombre: Norberto.
“¿Cuánto te ocupará mi historia?”, preguntó gris la mujer gorda apagando el décimo cigarrillo. “Una línea”, contestó Ignacio. “El microrelato se llamará Necios”.La mujer gorda se levantó molesta pensando buscarse a otro escritor: su historia se merece una novela.

Séptima enseñanza: Lo breve, si bueno, dos veces breve. Cualquier historia cabe en una línea.


¿Cuántos caben?

Ignacio dejó pasar a un dependiente. Luego, una mujer sin dinero le pidió pasar. Hablaron los tres. Luego vino un asesino ilustrado y un escritor para instalarse en el mismo espacio e Ignacio, que es así, no era capaz de echar a ninguno. Luego resulto que el asesino ilustrado era el padre de la hija de la mujer sin dinero que se había metido con ella sin que Ignacio lo supiera. El profesor Souto, con el que tiene mucha confianza últimamente, le dijo que dos o tres, que les separara. Ahora Ignacio tiene dos microrelatos y una cena más que pagarle al profesor.

Octava enseñanza: Muchos son los invitados, pocos los elegidos: no hay líneas para tanta gente. Tres no comen donde comen dos.


Titular

Al principio Ignacio los llamaba de cualquier manera y ellos venían. Cuando los presentaba nadie los entendía, se perdían todos por un camino tan breve que volvían cansados de él. Un buen día, Lauro Zavala le dijo que los llamara bien, “así nadie se perderá”.Desde entonces todos transitan los caminos breves de Ignacio sin perderse. Y no se cansan de ir y volver.

Novena enseñanza: El arranque de un microrelato es su título. Allí se gana y se pierde todo, aunque parezca poco.


Meta física

El profesor Souto e Ignacio Reler conversaban sobre escritoras y escritores y la extensión de los microrelatos de las unas y los otros. −Ellas tienen medidas más precisas −dijo Ignacio−, 90, 60, 90… −Sí −respondió el profesor Souto−, los hombres mentimos mucho sobre nuestras medidas.
Décima enseñanza: mide bien, no exageres: no sea que esto se te convierta en un cuento patético.

10 febrero, 2009

Juan, Enrique y Robert

Un amigo me ha enviado un artículo de mi perseguidor Enrique Vila-Matas, fechado en el año 2000 y que publicó en la Revista de Libros. Habla en el artículo sobre Walser y su literatura feliz y errante, de paseo, llena de la tranquilidad del autor que quiere desaparecer y que es consciente, de una forma u otra de su genio y de su necesidad de desaparecer para no estorbar su obra. Me gusta eso de que el suizo de “¿Acaso un escritor de éxito no es, a su manera, un asesino?” Ha sido brillante el artículo y un “subidón” a principio de esta semana que dedico a escribir lejos del trajín de oficina en la que tengo que ganarme la vida. Lo casual, como me pasa siempre con Enrique, es que me ha sorprendido mi perseguidor citando a Walser para un artículo sobre política panameña y los truhanes y tunantes que se están postulando para dirigir la tierra en que nací con un millón de panameños bajo el umbral de la pobreza y que llevan años esperando que algo ocurra. Así me pilló este artículo que me envió mi amigo Juan Salas, perseguido también el por Vila-Matas. Cito de El paseo (Siruela, 1996).
A lo leído en el artículo que exalta la postura de Walser ante su obra y ante el oficio de escribir hay que agregar que este escritor vagabundo y amante del paseo, fiel a sí mismo, sin querer (o queriendo) muere precisamente de paseo y una cámara oportuna (o irreverente, escojamos cada uno) deja registro de aquella muerte absolutamente coherente con lo que siempre escribió (fondo y forma). Le vemos tendido sobre la blanca nieve, sin vida ya, un día de navidad de hace ya más de cincuenta y dos años. Lo de Walser, como siempre, es una lección a los intelectuales de postín y los literatos de salón que son marxista (de Groucho, no nos metamos en política), que son capaces de cambiar de hoy para mañana de principios según soplen los vientos del poder y del dinero.
Walser, grande, libre, nunca aspiró a nada más que a escribir, a crear. No deseó nunca ni laureles ni academias, ni premios ni reconocimientos, como Bartlevy, prefirió “no hacerlo” y por ese camino, de paseo, ha llegado a la gloria y ha pasado de largo para lección y vergüenza de muchos “macha folios” que se quedan en la gloria que los grandes desprecian.

08 febrero, 2009

Meta física

El profesor Souto e Ignacio Reler conversaban sobre escritoras y escritores y la extensión de los microrelatos de las unas y los otros.
−Ellas tienen medidas más precisas −dijo Ignacio−, 90, 60, 90…
−Sí −respondió el profesor Souto−, los hombres mentimos mucho sobre nuestras medidas.

Décima enseñanza: mide bien, no exageres: no sea que esto se te convierta en un cuento patético.

Ser padre

“Vas a ser padre” me dijo emocionada mi mujer Marga Collazo mientras las dos rayitas del “predictor” confirmaban lo que ciertos síntomas nos adelantaban: un bebé con la mitad de mi información genética viene en camino. Eso fue hace dos meses y medio, antes de navidad, en el silencio de nuestro salón.
Hace unos días fui al médico (la primera cita, la de los temores), con Marga para que nos dijeran el estado del bebé. “Túmbese” le dijo a mi mujer una médico muy amable aunque con gesto imperturbable, profesional, un rostro que no se conmueve con la película porque ya la ha visto cientos de veces. Encendió el ecógrafo, puso el aparatito sobre el vientre de Marga y en monitor apareció la silueta de un ser humano en gris y negro. Pulsó una tecla: pum-pum, pum-pum, pum-pum. Fuertes, claros, altos, los latidos del corazón de nuestro hijo me devolvieron al silencio y a las lágrimas. Unos pocos latidos y mi vida comenzó a reordenarse, los miedos de desconvocaron y las dudas razonables desaparecieron. Al sonido de la vida la muerte cede pasos, se recluye segura en otro lugar hasta otro momento.
Ser padre es mucho más que engendrar un hijo o ponerle un apellido. Es llevarle de la mano cada día hasta el amor, es levantarle hasta el techo, hasta que se ría, y contarle cada noche una historia distinta, divertida y emocionante; ser padre es ir a la tienda del chino conversando, consentir de vez en cuando algún “caprichillo” y es decirles a los hijos que a uno le gusta José Luis Perales.
Lucía me ha dado todo eso: la oportunidad de levantarme por la noche cuando tose o reñirle cuando no hace lo que le digo o ser perseguido por toda la casa por una niña feliz que no me deja ni siquiera cuando estoy en el baño. Desde mi trono (a puerta cerrada) escucho “¿dónde está Pedro?” A los pocos segundos llaman a la puerta del salón del trono “¿qué haces?”, se ríe, “ahora salgo”, contesto y vuelve a llamarme para seguir con la juerga.
Lucía me ha dado parte de su corazón inocente y yo lo he recibido como un alumbramiento, como un padre primerizo que se va haciendo poco a poco con el corazón de un ser extraordinario. Aunque ella tiene a su padre al que quiere, a mi me dedica amplias sonrisa, la confianza inquebrantable de los hijos a esas edades (cuatro maravillosos años) con los padres y la locura de sus juegos y sus teatros. Es una artista y le encanta escribir a mi lado mientras me esfuerzo en mis quehaceres literarios. La amo profundamente, para siempre, por encima de todos y de todo.
Ahora resulta que voy a ser padre. Un ser nuevo viene a mi vida y a la de mi mujer Marga Collazo para volvernos a dar un vuelco, para ilusionarnos y para inquietarnos para siempre. Ser padre es estarse toda la vida sentado al borde de la noche velando en oración por los hijos que crecen. Estoy dispuesto a seguir allí sentado por Lucía y por su hermano.
Llegado el mañana, escribiremos las letras por la casa y nos reiremos del Principito antes de llorar y seguiremos a la gaviota del Príncipe feliz de Wilde. Seremos marineros en tierra y la vida pasará sus páginas hasta llevarnos hasta Poe, Cortázar y el mismísimo Enrique Vila-Matas. Les contaré más historias y usaremos la imaginación para cambiar el mundo aunque solo dure el cambio lo que dura un cuento.
Recitaremos a Benedetti y haremos el pacto ese que escribió, contaremos el uno con el otro para siempre y no sólo hasta cinco. Les enseñaré a que se enamoren y a que enamoren con Neruda aunque después descubran que mucha de esa poesía es cursi y, quién sabe, quizás, ellas mismos escriban sus poemas, sus cuentos y se conviertan en grandes escritores. No lo sé.
Pido a Dios que se conviertan en seguidores de su Palabra, que no miren los malos ejemplos y que reaccionen a tiempo ante lo que no les convenga. Hay tanto vacio y tanta simpleza en el mundo que produce vértigo pensar que pasará mañana, con qué se encontrarán cuando sean mayores.
Ser padre es ser transformados por la cadencia de los latidos de dos niños. Una, la loca de la casa, Lucía, que alumbra mis desvelos y mis ansias y el pequeño que viene en camino al que su hermana mayor espera preguntando por él a diario y al que no reconoció en la foto de la primera ecografía. Ya se verán las caras, ya se pelarán y se reirán, ya jugarán entre letras y libros, entre el presente y el fututo y un día, si Dios quiere, recordarán y entonces ya serán mayores.

03 febrero, 2009

"El mundo" de Millás

La narrativa de Juan José Millás está fuera de toda discusión en lo que respecta a su capacidad de envolvernos en sus tramas (a larga o corta distancia) y sobre su capacidad de convertir lo cotidiano en materia literaria. Allí están sus arti-cuentos, sus artículos a secas y sus cuentos nada secos que hacen las delicias del lector que se ve metido en una trama que a pesar de su brevedad no defrauda.
Lo que nos ocupa hoy es el “Planeta” de Millás “El mundo”, novela de iniciación que lleva al lector a la calle donde un alter ego (o sólo ego) de Juanjo nos lleva al mundo, a la patria de un escritor prodigioso. Aunque todas las novelas son mentira, y esta lo será en mayor o menor medida, la trama de “El mundo” no es comparable a la bien hilada de “La soledad era esto”. Son recuerdos, dispersos catarsis e insistencias con un pasado del que el protagonista entra y sale para revelarnos sus fantasmas de escritor.
Desde la perspectiva psicológica, la visión del daño que una infancia difícil en lo económico y lo afectivo imprime en el protagonista o la manera de encarar la vida con miedos y ansiedades es verdaderamente interesante. Y traumante para su protagonista. Más allá la cosa no es más (y esos es la literatura) un ejercicio de preciosismo a la hora de poner en negro sobre blanco la vida que recorre el personaje hasta el final del viaje en Valencia ante el mar.
Lo más destacable de este "libro" es la relación entre el joven Millás y el Vitaminas, un amigo de la infancia que muere muy joven y cuya amistad y aventuras no dejan al escritor nunca. Es más, la relación se extiende más allá de la muerte de este al enamorarse nuestro protagonista de la hermana de este. Esta extensión de la vida del Vitaminas persigue con hostilidad al escritor desde el día en que María José le espetó al joven “no eres interesante para mí”. Desde entonces la hostilidad de la chica le persigue toda la vida. Una coma en esa frase resulta fundacional, un hito para el escritor que sería Juanjo Millás.
Millás vuelve a mostrarnos que la vida sencilla de un niño en un barrio cualquiera con unos padres comunes, puede terminar convirtiéndose en materia de una novela. Toda vida por muy simple que nos parezca es susceptible de ser convertida en novela si se cuenta bien, si se lleva con buen ritmo y una trama bien construida. No en vano Millás (el personaje o el de verdad) que la belleza de una frase reside en su eficacia. Tomamos nota.
Este “libro”, que no carece de algunos grandes momentos literarios es una manera preciosa de homenajear a la memoria, resolver o por lo menos enumerar, los fantasmas que nos habitan, no termina de ser una novela al uso y sé que me contradigo. Tiene su valor como texto salido de la pluma de uno de nuestros mejores escritores pero no llega a la altura de sus grandes novelas. A pesar de ello, su lectura tiene el aliciente de conocer el revés de la fama y el éxito literario que suele tener, casi siempre, un lado oscuro siempre negado y muchas veces desconocido.

01 febrero, 2009

Superviviente (Cuento)

Wilson viene animándose a seguir “corriendo”, como lo hacían en el estadio Juan Demóstenes Arosemena los seguidores de la novena de Panamá Metro, “¡corre Wilson, corre!”, le gritaba la grada entusiasmada, extática, viéndole doblar por segunda base, triunfal, heroico, “¡corre Wilson, corre!”, y Wilson corría más rápido y la gente gritaba más y Wilson llegaba a salvo a tercera base.
— ¡Corre, Wilson, corre! —se decía bajito, sudoroso, animando su pronunciada cojera. El negro Rolando Wilson tiene que llegar cuanto antes, aunque ya no sea tan rápido como entonces. Llegando a la esquina de Calle S, justo donde la señora Carmen Alicia vende sus platos de comida a dólar, la gallada lo anima con el mismo grito de ánimo de siempre, transformado ahora en grito sarcástico, burlón y cruel:
— ¡Corre, Wilí, corre!—.
Por mucho que se esfuerce, ya no puede alcanzar a ninguno de los muchachos que se burlan de él. Los mira con rabia y pasa de largo. Viene cojeando kilómetro y medio desde el barrio de San Miguel con prisa y sabe que tiene que llegar cuanto antes. La vaina es de vida o muerte.
— ¿Señor Rolando Wilson?
—Sí señor— contestó poniéndose en pie el negro.
—“Queda usted inhabilitado para la práctica del béisbol por espacio de dos años por agresión al lanzador del equipo de Chiriquí, Antonio Sanjur con un bate provocándole una grave lesión en el brazo izquierdo. Aunque el jugador no haya presentado denuncia, es deber de la Dirección de este equipo suspenderle como castigo de tan lamentable hecho. Tiene usted además prohibida la entrada a este Estadio y a cualquier otro de la República de Panamá en donde se esté jugando un partido de béisbol”.
El escueto comunicado lo leyó en las oficinas del Estadio Juan Demóstenes Arosemena el Director del equipo de Panamá Metro en presencia de todos los jugadores.
— ¿Comprende la gravedad del hecho y la necesidad que éste equipo tiene de actuar en consecuencia?
— ¿Lo entiendo, señor? —contesta arrepentido, mirando al suelo, Wilson.
Uno a uno fue despidiéndose de sus compañeros. Había actuado en el calor del partido y luego de que éste lanzador le golpeara dos veces con la pelota. Además, deportivamente hablando, no había tenido su noche. Mientras se despedía, recordaba cómo se fue hacia Sanjur que apenas dio dos pasos hacia atrás, él soltó uno de sus mejores batazos directo a la cabeza. Sanjur levantó los brazos para cubrirse. Eso le salvó la vida a ambos. Antonio Sanjur decidió perdonar públicamente a Rolando Wilson que, a pesar de haberse arrepentido y lamentado el hecho, fue sancionado por su equipo y la Federación Nacional de Béisbol.
—Espero verlo de vuelta con nosotros —estrechó por último la mano del Director—. Es usted una promesa para el béisbol nacional.
— ¡Corre, Wilí, corre!—, se vuelven a burlar los muchachos, tentando la paciencia del negro.
Wilí dejó atrás la esquina del barrio, se sacude de la memoria los recuerdos y llega por fin, respirando por la boca después de tanto esfuerzo, a la casa de Pablo, justo debajo de su balcón. Es su última oportunidad para salvar el fin de semana. La pierna izquierda le duele. Toma aire y grita desde la calle llamando a Pablo. Nadie se asoma al balcón y se desespera.
“Si se fue Pablo me jodí”, piensa el negro masajeándose la pierna mala a la altura del muslo para mitigar el dolor. El maldito disparo le jodió la vida.
Cuando se dispone a gritar de nuevo, albergando esperanzas y ejerciendo fe, Pablo se asoma al balcón masticando. Wilí le sonríe desde la calle y poniendo su mejor cara de necesitado suelta su petición:
—Pablo, llévame a trabajar contigo “loco” que estoy sin trabajo y necesito plata, tú sabes que la vaina está dura...
—Estás muy lento Wilí —le interrumpe con la boca medio llena, terminando de masticar, Pablo—. Cuando tú vienes con un cubo de piedras los demás llevan tres Wilí, y eso no me conviene, el dueño quiere su trabajo terminado cuanto antes...
“Pero si yo pongo interés Pablo”, Wilí insiste interrumpiendo desde la calle, haciendo aspavientos, “tú sabes que soy bueno y sano, si casi ni tomo, mi hermano”.
Pablo, desde las alturas de su balcón, le lanzó una mirada fulminante. La fama de bebedor de Wilí es conocida de todos en la zona del barrio de Calle S y alrededores. Parece que el negro nació chupando de la teta de su madre ron con leche, o sin ella.
—Wilí no insistas que no me sirves —sentenció, con severidad, Pablo.
—Pero si yo pongo interés, loco —volvió a argumentar con desespero el negro Wilí, la mano en la pierna izquierda que le duele de la carrera.
—Mira, termino de almorzar y nos vamos —cedió Pablo, aunque en el fondo algo le indicaba que la cosa terminaría como siempre. En la calle, al negro Wilí la pierna deja de dolerle de la alegría.
“Me salvé Diosito”, piensa feliz, mientras espera impaciente a su jefe.
A los cinco minutos bajó Pablo con un palillo en la boca, se montaron en el carro y se lo llevó a trabajar toda esa tarde de jueves. El viernes, temprano, también pasó por su puerta, Wilí se levantó a, tiempo, raro en ti negrito, le dice sorprendido Pablo a las 5:30 de la mañana. Wilí sonreído, se subió al carro cojeando. Estuvieron todo el día trabajando hasta las seis de la tarde.
El negro echa cuentas, sabe que sólo necesita catorce dólares para “vivir” su fin de semana. Ocho para buscar a su puta favorita, Flora, una chola de senos inmensos y a la que le ha cogido cariño en estos últimos meses. Además, es lo más barato que se puede permitir. La mujer es considerada y muy limpia. El sólo pensar en el plan que tiene para su viernes cultural, le produce un leve cosquilleo en la entrepierna. Con los otros seis dólares se comprará su medio litro de Seco Herrerano y un ceviche de corvina chico, se le hacía agua la boca, y el resto para el pasaje hasta el Mercado Grande.
“La felicidad es eso mi hermano”, piensa para sí cargando un enorme cubo con piedras, Wilí.
Tanto el jueves como el viernes el negro Wilí trabajó como nunca. Hacía su esfuerzo inútil por llevar el ritmo de trabajo del resto de la cuadrilla de albañiles. A pesar de ello, era más lento que los demás y la cosa se iba retrasando porque necesitaba descansar varias veces más que el resto. Terminaron a duras penas. El dueño de la casa, contento, dejó un dólar de propina para cada uno. La gente es así de truñuña, de agarrada. Así las cosas, Wilí cobraría quince dólares. No se lo esperaba: para él era una fortuna y el incremento de sus arcas en un dólar le daba la posibilidad de comerse un ceviche de corvina grande —ahora le sobra dinero, piensa—, en la Fonda Antioqueña.
Pero el negro Wilí no siempre fue así. Era una promesa del béisbol nacional pero su temperamento le jugó una mala pasada en aquel partido contra el equipo de Chiriquí. Luego vino la inhabilitación para la práctica del béisbol y después la vida delictiva a la que cedió en busca de dinero fácil. Tenía que mantener un estatus.
—Necesito plata para mis vainas —le dijo a Ernesto, el jefe de la banda, reunidos en el callejón fumando marihuana — ¡pero la necesito para ya!
Todo se fue al carajo cuando lo del robo al gallego de la mueblería, su primer robo, el disparo del policía y la operación que lo acabó de rematar. Nunca fue el mismo desde entonces. Su cojera de la pierna izquierda es muy pronunciada y se cansa mucho para ir de un sitio a otro. Nunca terminó sus estudios secundarios.
—Para qué —reía confiado, arrogante, ante la insistencia de su madre—, si voy a jugar en las grandes ligas, vieja, va haber plata para todos.
Recogidas las herramientas y descargadas en el taller, Pablo procede al pago semanal de sus empleados y colaboradores, Wilí entre ellos. La alegría se palpa en la plantilla y se adelantan entre ellos los planes para el viernes noche. Wilí ríe para sí y la entrepierna le cosquillea. Después de la cervecita de rigor, los muchachos comienzan a despedirse. Wilí emprende cojeando el camino hacia la puerta y a la gloria. Pablo insistió en llevarlo, total, pasa por delante de su casa.
—Mañana temprano te paso a buscar Wilí, no me falles ¿okey? —lo dejó en la puerta Pablo.
Wilí subió las escaleras hasta su casa. Cogió su toalla y alegre y cojeando se metió al baño. Salió rápido, se puso su única camisa limpia y medio planchada, de noche las arrugas no se notan tanto, y cogió un bus que lo dejara cerca del Mercado Grande. El conductor llevaba la música a todo volumen: Devórame otra vez, devórame otra vez... presagio de su noche de placer. Y Wilí, contento, se diría cantaba feliz.
Ya en la zona del Mercado Grande, eran como las siete de la noche, el negro buscó la Pensión París y por sus alrededores, cojeando como siempre, más elegante quizás, a la chola de sus sueños lúbricos. Flora iba embutida, en un estrechísimo vestido negro que favorecía sus grandes atributos y que Wilí interpretó como toda una declaración de intenciones. La saludó con un beso en la mejilla que a la chola medio le molestó por parecerse demasiado a los besos de un marido o de alguien que la quiere. A ella no le gustaba eso y correspondió a su cliente con un beso profesional, intentando alejar de la mente de Wilí cualquier absurda idea de que ellos, precisamente ellos, a fuerza de costumbre, pudieran llegar más allá de una mera relación mercantil. Al negro le despertó la virilidad ese beso profesional y su mente comenzó a recrearse de antemano en el goce de la mujer.
Iban caminando, entre risitas cómplices y lujuriosas, hacia la pensión cuando, de la oscuridad, les salen al encuentro dos hombres: uno de ellos bajo, con corbata y maletín negro; el otro, gordo y un poco más alto, con guayabera. Los amantes se asustaron: será una batida sorpresa de la Policía, pensó la chola que ya tenía experiencia en esas lides. Serán familia de la chola, Wilí temblaba al pensar, ya se sabe cómo es la gente del campo para esto de las mujeres. Del miedo a Wilí le parecía que el gordo se daba un aire a Flora.
El tipo bajo y con corbata hizo un movimiento extraño y metió la mano en el maletín. Una pistola o un cuchillo, pensó Wilí apretando en el bolsillo del pantalón el dinero que tantas piedras recogidas le costó juntar. Su entrepierna se olvidó por completo del entusiasmo de hace un momento. Del maletín el tipo saca, como un relámpago, una revista Atalaya.
— ¿Saben que el fin del mundo se acerca jóvenes?
Wilí respiró aliviado. La chola casi no podía contener la risa. Para el negro el mundo comenzaba otra vez, estaba a punto de volver a vestirse de Adán para encontrarse en el paraíso de sabanas blancas con su inmensa Eva ataviada con sus grandes virtudes y ambos sin hoja de parra.
—Si el mundo se va a acabar pronto, hermano —responde el negro recuperado del susto— voy a subir a la pensión con la chola a despedirlo.
Dándoles la espalda y dejándoles con la palabra en la boca, los amantes por horas siguieron hacia la pensión riéndose de sus miedos y advirtiéndose entre risitas lo que se iban a hacer en la cama.
Wilí subió detrás de Flora a la habitación número seis de la Pensión París en el Mercado Grande, que huele peor cuando sopla la brisa fresca del mar. Wilí fue feliz e hizo feliz varias veces a la chola que siempre le fiaba el cuarto por consideración a su impedimento físico o talvez por sus dotes de amante. Con el sudor de su frente Wilí pagó su noche de placer y en la bodega del chino Manzanero, al salir de la pensión, compró su medio litro de ron Seco Herrerano.
—Para esto se trabaja —iba hablando con nadie, ya borracho— para tener tu buena chola y para tomarte tus traguitos. Cojeando más de lo debido, Wilí emprendió su paseo de regreso al barrio. Del ceviche de corvina en la Fonda Antioqueña ni se acordó.
Por la mañana temprano Pablo vio a Wilí tirado en la acera, a la salida de su barrio, con una botella de Seco Herrerano vacía en la mano. Lo estuvo buscando para ir a trabajar, llamando a su puerta, intentando darle otra oportunidad al cojo. Pablo subió al carro y pasó de largo delante de él sin mirarlo. Wilí en el suelo, borracho y feliz sabe que allá en el Mercado Grande, ansiosa, la chola Flora lo espera el viernes que viene.

Hipólito y su pez volador

Le llamaré “G” ahora que le he encontrado el punto. Hipólito G. Navarro no necesitaba presentación en Tres rosas amarillas pero aun así, un lector de lujo como el editor de Páginas de espuma, Juan Casamayor, le presentó con la alegría de los descubrimientos y la satisfacción de haber logrado entre todos algo verdaderamente maravilloso al ofrecer al público “El pez volador”, una antología de la obra de este cuentista imprescindible y necesario más que nunca en el panorama literario español. “G” (Poli le llaman los otros, yo me resisto o Hipólito G. Navarro o “G” pero nunca Poli, apenas nos conocemos), lucía una barba de patriarca ortodoxo que en un heterodoxo como él es toda una declaración de principios. Su particular mirada (más allá del antológico estrabismo de nuestro singular patriarca) sobre la vida y el cuento hizo de una noche de presentación bajo la palmera de Tres rosas amarillas, una clase magistral de literatura y vida. Javier Sáez de Ibarra, tomó la palabra para sumergirnos en un mundo lleno de descubrimientos profundos en una narrativa tan especial como compleja. Su trabajo arqueológico quedó puesto de manifiesto al ofrecer a los oyentes perlas extraídas de la obra de "G" que demuestran su maestría y el camino que abre con su obra narrativa. Según se dijo en la presentación el trabajo de Javier consta de unas cien páginas de las que sólo disfrutaremos de unas pocas en la antología pero llenas de enjundia y buen criterio. Luego de una brillante exposición y de retar a los presentes con un par de preguntas sobre géneros literarios que la mayoría suspendimos, ocurrió algo insólito. Javier procedió a coronar a “G” como rey de la baraja de los cuentistas para lo cual le impuso una túnica celeste, por lo del pez supongo, le puso una corona y le dio una espada para fustigar a los novelistas, a los malos. De allí a la gloria, al momento literario de la noche. “G” vestido (investido) así, decía, no se podía hablar en serio de nada. Ni falta que le hizo ponerse serio.
Se despojó, eso sí, de la corona, (en fin, que le daba reparo acometer la charla de rigor con semejantes oros) y nos traslado a su mundo, a su reino conquistado con oficio y muchas dosis de ironía y rigor a la hora de escribir. Habló de sí mismo, de sus malos momentos, de los que da cuenta en la entrevista que cierra la antilogía, lo que le ha servido de ayuda en lo personal. No tiene, dijo, la misma alegría al escribir que antes y eso me preocupó y espero que la recobre y que todos disfrutemos pronto de un buen libro de un buen tipo.
Tengo la impresión de que en este mi primer encuentro con “G” es como el de los que primero ven la película y luego buscan el libro para quedar enamorados de él. Yo he descubierto a la persona y ahora me acerco a su literatura. Es un hombre que se asoma a sí mismo y se asume sin las soberbias de los acomplejados y estirados escritores que sólo ocultan su estupidez bajo la pátina de listillos y resabidos. “G” no, es un hombre transparente que se ríe de todo y de todos para reírse luego de sí mismo. Es una persona a la que apetece leer y una vez leído lo quiere uno leer más y mejor. Con su estrabismo vital, necesario para acometer el cuento, "G" nos deja perplejos con su obra y nos insta desde cada cuento a la acción. Parecen inocentes pero sus cuentos esconden un sustrato que te pega directo en la mandíbula para despejarnos la mente de tanta simpleza formal y vital. Mucho que aprender y que disfrutar de este hombre que cuenta bien y con el cual tenemos que contar los que disfrutamos del oficio de leer y de escribir.